


En una época en la que los ánimos de todo el mundo se han vuelto por lo general sombríos, parece particularmente oportuno recrearse en la sombra, descubrir los modos en los que ésta ha sido representada.
En su clarividente ensayo Elogio de la sombra, el escritor japonés Tanizaki dice que mientras que la cultura oriental se recrea en la sombra, en Occidente hemos tratado de huir de ella.
En otro breve ensayo acerca de la sombra en la pintura, el gran historiador E. H. Gombrich señala la poca fortuna que la sombra proyectada ha tenido en la historia del arte. Entre los pintores, incluso entre los más eminentes, han sido minoría los que la han tenido en cuenta. Las razones son variopintas, si bien quienes saben de ello aducen dos fundamentales: por un lado, las religioso-metafísicas, que, desde el neoplatonismo, la identificaban con el mundo de las apariencias (la caverna platónica) y hacían de ella, por tanto, un motivo escasamente atractivo en una iconografía imbuida de teología cristiana, y, por otro, las de índole técnica, debidas a la renuencia de los pintores a enturbiar sus composiciones con un elemento tan ubicuo y distorsionador.
Fuente: El País
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